Sin pensarlo estoy aquí, escribiendo, una vez más pensando
en nada y a la vez en todo. Como aquel que despierta de un sueño profundo, abre
los ojos y se deja cautivar por todo lo que buenamente sus sentidos pueden
captar. Tengo, desde pequeño, cierta pasión por cada tono de color que
desprenden las plantas, cada sutil nota que emana nuestra madre, la naturaleza.
Pasión por apreciar y disfrutar de lo más simple que tiene el único hecho de
estar vivo, no por escribir, mucho menos por pintar, solo por sentir. Sentir
que hay algo que nos mueve, que las aves cantan, los árboles bailan y que el
mar, al igual que todas las personas, tiene vida.
Sentir también, que la vida pasa, así como lo hacen las
personas que alguna vez conocimos y que no podemos hacer nada para detenerla.
Sin embargo, aunque no nos demos cuenta, siempre guardaremos en nuestras
memorias algo de esos “preciosos” momentos y cuando menos lo pensemos, aquellos
recuerdos harán que nos brillen los ojos y quizás nos desprendan una que otra
sonrisa. Las olas se calmarán, las aves migrarán y el árbol de mi jardín,
eterno ausente, quizás habrá muerto, pero nunca olvidaré las tantas largas
conversaciones silenciosas que tuvimos. Nuevas aves aparecerán y harán que
recordemos con cariño la primera melodía que nos hizo vibrar de la emoción,
aquel primer recital en el que se nos pusieron los pelitos de punta y en el que
descubrimos que todos, al fin y al cabo, somos y hacemos música. Y al caer la
noche, nuevas olas de lejanos lugares y con diferentes rumbos traerán consigo
nueva vida que posiblemente fluya con la nuestra o a través de nosotros. Por lo
pronto aún es verano, el mar sigue vivo, las aves no migrarán y los jardines de
todos lados están llenos de verdor. Hay mucha vida por disfrutar en todos
lados, vivamos la felicidad de hoy y seamos felices también por mañana que será
diferente. Solo hay que seguir sintiendo, solo hay que seguir viviendo.