martes, 25 de septiembre de 2012

Miraflorina. Aquel amanecer


Fría como la neblina, rápidamente te desvaneces...

La historia no puede acabar así tan fácilmente, ha tenido que pasar mucho tiempo para que te vuelva a recordar, para que nuestro pasado se vuelva historia y nuestras caricias se me hagan un chiste, una gracia de verano que no sé si volverá pero que cada que las recuerdo se dibuja en mi rostro una gran sonrisa sin explicación aparente y termino como aquella vez en tu apartamento.

La noche de uno de esos locos sábados de diversión descontrolada, subí a donde no debí haber subido y dejé que me llevarás por uno de tus tantos senderos de seducción. Nos perdimos en las enmarañadas calles de tu ciudad, todo para acabar allí, sentados mirándonos el uno al otro sin decir nada habiendo ya hecho mucho. Solo un cigarrillo pudo hacer que un par de locos haga de lado el silencio del momento y empiecen a reír cual pareja perfecta, hasta quedar exhaustos de la vida y no poder más que entregarse al llamado de la noche y rendirse ante el cansancio.

No me quería despertar, a las justas y dormía. La cabeza me mataba, tenía hambre y lo que en adelante voy a contar muy poco tiene de fantasía. Dónde estaba ni sabía, poco importaba si tenía tu compañía, pero fue raro lo que mi brazo descubría: Tranquilo no es nada, solo que ya no estaba mi pequeña amada mía. Ya era hora del almuerzo y a lo mejor se había ido a comprar, alguito para engañar, a un estómago muy hambriento. Pero era muy tarde y ya no aguantaba, así que cuando por fin me pude parar, corriendo me fui a bañar, para luego directo ir a la cocina.

Cena para dos, engordar en pareja, siempre es en menos atroz. Serví los spaguettis en la mesa; sin embargo algo aún me parecía extraño hasta que una nota tuya encontré: “Te amo mucho, corazón libre, no tardo en regresar” y quizás fue allí cuando las cosas entre nosotros se empezaron a complicar. Te juro que lo tomé muy a la ligera, es más, estaba pensando que canción ponerle a nuestra velada romántica, y osé rebuscar entre tus discos la música perfecta. Intento en vano pues ya no estaba ninguno de los que pusiste el día anterior. Entonces deduje que estabas en la biblioteca devolviéndolos. No sabía que mas hacer, solo esperar a que llegaras, a ver tu hermoso rostro que se quedo grabado en mi mente desde aquella primera vez. Quería verlo aunque sea una vez más en esas viejas fotos que estuve revisando aquella noche de luna llena, pero nada, también habían desaparecido. No entendía absolutamente nada, intentaba encontrar más razones para excusar tu ausencia en ese momento, pero no podía encontrar siquiera un número de teléfono apuntado, un solo registro de llamadas hechas, un flotador que me salve de morir ahogado en éste mar de dudas que me jalaba cada vez más profundo, nunca hallé nada. Solo tu carta y mis lágrimas cayendo sobre la mesa, sembraban ésta cruda obsesión de encontrarte...


Continúara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario